jueves, 27 de enero de 2011

En la vida adulta de Ceci, Anexo 1

El portón de mi casa tiene una sola misión, y no es protegerme de posibles asaltos y/o violaciones. El único propósito de mi portón negro y pesado es joderme la vida. Soy la única integrante de esta familia que no es capaz de cerrarlo (ni abrirlo, a veces). Tiene como una maña, la cerradura no deja que le des la ultima vuelta a la llave a menos que apliques una fuerza hacia el cierre y hacia arriba. Al mismo tiempo, por supuesto.
Ayer, tras una visita inesperada a eso de las 10 de la noche, me encontré a la una de la mañana intentando cerrarlo. Estuve quince minutos tratando.
No pude, como usted podrá imaginar.
Los perros ladraban al final de la parcela, y mi perro (un dálmata que nunca creció mucho más que la altura de un cocker) lloriqueaba al lado mío. Igual creo que debí haberme visto graciosa, con pantuflas peludas y un ataque de furia apunto de aflorar, tirando todo mi peso contra el portón para que la maldita cosa se cerrara. Consideré por unos segundos los peligros que tendría simplemente dejar la webada abierta, sin seguro. Podrían meterse a robar. Podrían matarme los perros. Robar el equipo, los notebooks, mi IPod, las joyas de mi mamá. El Plasma. Podrían violarme. Pero si dejaba mi puerta con llave no iban a entrar--- A menos que tuvieran pistolas, claro. Intenté volver a cerrarlo. Nada. Salí y traté cerrarlo por afuera. Y pude hacerlo. Podía cerrar la cuestión, pero desde afuera. Lo cual, era super útil, en especial porque me había quedado afuera y no tenía la habilidad elástica como para saltarme el portón (lo cual no es tan difícil si vas con alguien más y tienes buena elongación. Y no andas con pantuflas, POR SUPUESTO). Chata, lo abrí, entré. Me volví a meter a la casa. Prendí luces estratégicamente, la de la pieza de mi hermano Eduardo que da a la parte trasera del patio, la luz del living que puedes verla desde la calle. Le subí el volumen al equipo y crucé los dedos porque las divinidades se apiadaran de mí y no me pasara nada en mi tercera noche sola. A lo mejor, si buscaba una caja, salía, lo cerraba por afuera y me subía a la caja para saltármelo--- Pero no po, la caja iba a quedar afuera e iba a ser una invitación a saltarse el portón. En cuanto volví a tomar el libro que había dejado en el sillón, me acordé que mi mamá, a eso de las 6 de la mañana del lunes, antes de irse, me dijo que había dejado sus llaves en la casa, por cualquier cosa. Cuando me fui a Santiago, hace ya dos años, entraron a robar a la casa. Mis papás, ante eso, cambiaron varias cerraduras, incluyendo la de una puertita que está al lado del portón y que yo solía usar cuando volvía tarde de los carretes para que no me escucharan entrar. En mi llavero, la llave que servía para esa puerta ya no tenía uso. Pero en el llavero de mi mamá, estaba la actual llave de esa puerta.
En el recibidor de mi casa se encuentran siete llaveros, cada uno con unas nueve llaves promedio. Los probé todos, llave por llave. Ninguno era el llavero de mi mamá. Esta es la parte en que María Cecilia le grita al portón, le grita a los perros y se grita a sí misma por ser tan pendeja como para no poder siquiera apañarselas para cerrar el jodido portón de su casa y autovalerse en eso que se llama sobrevivencia. Estresada, me metí a la casa y registré toda la pieza de mis papás, todos los escondites, en busca del dichoso llavero. Nada.
Así que filo, me dije. Filo con la weah, que me asalten, me da lo mismo.
Dos horas después, me fui a acostar. Me estaba sacando el poleron y me di cuenta que en el mueble empotrado a mi pared había algo que no solía estar, que no pertenecía a mi pieza.
Era el llavero de mi mamá.
(Y María Cecilia se cagó de la risa, tomó las llaves, salió, cerró el portón por afuera con éxito y volvió a entrar por la puertecita. Sintiéndose completamente idiota, se durmió y cuando despertó hoy en la mañana, todo estaba tranquilo y sus cosas seguían donde las había dejado).

miércoles, 26 de enero de 2011

sábado, 1 de enero de 2011

Gracias.
Gracias por demostrarme que estas cosas no se pierden. No desaparecen. Que siempre va a ser fácil ser nosotras.