lunes, 25 de abril de 2011

Lo malo (de bañarse, de regar) es que siempre te tiras a la piscina. Eres fiel a ti misma, a lo que piensas y a lo que sientes, y tienes una leve esperanza de que no te refrenas (por lo menos en ese ámbito). Pero uno se suele tirar solo.
O se tiran contigo, pero siempre eres la única sensible, blandengue, débil, guagua, niña, mamona.
Y, a veces, el agua está helada.

miércoles, 13 de abril de 2011

lunes, 11 de abril de 2011

Casa latina (o Lo que sucede entre los andenes)

- ... pero a mi nunca me hagas la cama. No es necesario; ya haces muchas otras cosas.- lanzó cómo una granada antes de partir.
- ¿Seguro...?
- Sí, - dirigió su mirada al piso - No sabes cuanto...


La imagen que quemó su retina fue su espalda en el marco de la puerta, sus hombros algo encogidos, como si el imperativo 'crece' le hubiese pegado físicamente una puñalada. Se removió entre las sábanas y las frazadas. Quizás había sido demasiado dura. Quizás, si lo hubiese dicho de otro modo--- pero no, era lo que necesitaban hacer, el paso a dar. Era la meta que la mantenía a flote, su rosa de los vientos, lo único que hacía sentido. Porque ella vivía así, su esquema del mundo era así; una dialéctica entre los problemas y su solución, problema solución, problema solución. Pero él no se movía en sus conceptos. Él, ellos, se movían en los sentimientos porque sí, en las quebradas que no buscan un arreglo sino que sólo existen, sólo están y para eso ella no tenía respuestas. Ríos sin puentes, que sólo fluyen y son, y se preguntó si realmente la red de seguridad que tejía pacientemente para ellos les iría a servir de algo. Si ella también podía ser raíz. Cuando la palabra resonó en su cabeza se percató que él ya había cerrado la puerta, que quizás ya había bajado, que-- Se enredó en el plumón y corrió hacia el balcón, casi resbalándose en la cerámica blanca. Eran las seis de la tarde y aún hacía calor. La gente caminaba por Lastarria, pero no se veía. Se apoyó en su palma, era una exagerada, obvio, él no necesitaba darse vuelta y verla ahí. Él podía solo. Se sintió un poco tonta, pero no se movió. La brisa que movió su pelo negro era tibia. Se preguntó cuanto tiempo podía (la dejarían) pretender que esa era su calle, que ese era su lugar. Levantó un poco la cabeza y una espalda cuadrada y ancha cruzaba la calle. Sonrió, vio como se ponía los audífonos. Se sintió un poco como las niñas que ven a los marineros partir. Ojalá que volviera de su viaje por los siete mares. Ella iba a estar esperando.

domingo, 10 de abril de 2011

Cuando era chica, con mis papás por una razón u otra viajábamos al menos dos veces al semestre a Santiago. Nunca me lo cuestioné mucho, nunca me cuestioné ninguna de sus decisiones en esos días. En las salidas, siempre mis tíos me llevaban con mis primos a muchos, muchos lugares. Era bacán, en verdad, porque íbamos todos apretados pero no nos dábamos cuenta, y yo me maravillaba ante todo los estímulos, como buena pueblerina. Me acuerdo que una vez fuimos al Rocka Pollo. Osea, en verdad no me acuerdo, puede que haya sido un desliz de mi imaginación. No me acuerdo haber comido en el Rocka Pollo, pero si recuerdo haber jugado ahí con la Fran y la Dani. Y quizás la Javi, pero no sé. Habían columpios y toboganes rojos y era demasiado entretenido, y me llamaba la atención porque el Rocka Pollo era altísimo y azul rey (aunque yo a los ocho no sabía aun que era el azul rey) y pensaba en que en Serena no había ningún restaurant de ese color. Y creía que obvio que Pedro Picapiedra venía a comer pollo asado con Pablo Marmól y se sentaban en esa réplica roja de auto pseudo paleolítico que había en la entrada.
Una vez fui al Mampato. Bueno, no, estoy inventando. A lo que sí fuimos fue al MIM. Muchas veces. Ahí ya los adultos se turnaban, la mayoría de las veces iba mi papá con nosotros, en su vano intento de inculcarme el amor por la física cuando nos poníamos a ver ese edificio como de dominó que se movía con una supuesta recreación de terremoto. Las salidas al MIM eran maravillosas y terribles al mismo tiempo. Eran maravillosas porque corríamos por todas partes y todo era bonito y entretenido y todas las veces, testarudamente, intentábamos meternos en burbujas sin conseguirlo. La única que siempre lograba estar en la burbuja completa era la Dani, por ser la más chica. Y mi pelo siempre era al que le daba más estática. Ahora, eran terribles, porque eran un caos y nunca voy a entender cómo lo hacía mi papá. No sólo era un griterío, sino que nos perdíamos, nos caíamos, nos daba hambre, nos daban pataletas y tratar de vigilar a seis niños siempre será una tarea titánica. Nos mandaban colación, obvio, pero siempre queríamos comer más, y a algún lugar nos llevaba mi papá. Mis vacaciones santiaguinas siempre fueron así como hasta los 12.
Comer más, ver más, correr más, jugar más.
Ahora paso por el Rocka Pollo--- y es tan chica y fea la weah.