- ¿Seguro...?
- Sí, - dirigió su mirada al piso - No sabes cuanto...
La imagen que quemó su retina fue su espalda en el marco de la puerta, sus hombros algo encogidos, como si el imperativo 'crece' le hubiese pegado físicamente una puñalada. Se removió entre las sábanas y las frazadas. Quizás había sido demasiado dura. Quizás, si lo hubiese dicho de otro modo--- pero no, era lo que necesitaban hacer, el paso a dar. Era la meta que la mantenía a flote, su rosa de los vientos, lo único que hacía sentido. Porque ella vivía así, su esquema del mundo era así; una dialéctica entre los problemas y su solución, problema solución, problema solución. Pero él no se movía en sus conceptos. Él, ellos, se movían en los sentimientos porque sí, en las quebradas que no buscan un arreglo sino que sólo existen, sólo están y para eso ella no tenía respuestas. Ríos sin puentes, que sólo fluyen y son, y se preguntó si realmente la red de seguridad que tejía pacientemente para ellos les iría a servir de algo. Si ella también podía ser raíz. Cuando la palabra resonó en su cabeza se percató que él ya había cerrado la puerta, que quizás ya había bajado, que-- Se enredó en el plumón y corrió hacia el balcón, casi resbalándose en la cerámica blanca. Eran las seis de la tarde y aún hacía calor. La gente caminaba por Lastarria, pero no se veía. Se apoyó en su palma, era una exagerada, obvio, él no necesitaba darse vuelta y verla ahí. Él podía solo. Se sintió un poco tonta, pero no se movió. La brisa que movió su pelo negro era tibia. Se preguntó cuanto tiempo podía (la dejarían) pretender que esa era su calle, que ese era su lugar. Levantó un poco la cabeza y una espalda cuadrada y ancha cruzaba la calle. Sonrió, vio como se ponía los audífonos. Se sintió un poco como las niñas que ven a los marineros partir. Ojalá que volviera de su viaje por los siete mares. Ella iba a estar esperando.
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